viernes, 27 de mayo de 2016

Fría, muy fría


     Antonio aguardaba el amanecer. Años antes el encuentro con Asun fue notable. La noche esconde a los hombres. La naturaleza otorga al ser humano la capacidad de mutar, de transformase como lo hace el tiempo del día a la noche. Las leyendas acaban siendo ciertas por acumulación de memoria. Memoria de vida. Aunque Antonio ya no se sentía vivo.

   Al entrar a la cafetería buscó con la mirada una mesa libre. El local estaba de moda y era difícil colarse entre los fieles y no tan fieles hacia el fondo de la barra, el lugar habitual de Antonio. Entre perdones y por favores llegó a su lugar. Solo reclamando una mirada del camarero este ya comprendió lo que debía preparar. Una cerveza negra bien fría. Gracias. El primer trago era siempre el mejor después de todo el día de trabajo. Trago largo hasta sentir frío el cuerpo por dentro. Hoy el camarero lo agasajo con un cóctel de frutos secos. Gracias, de nuevo. Su costumbre era mirar al paisanaje: los habituales, siempre de broma, los novatos, que todavía no se hallaban en su salsa pero se distinguían en levantar mucho la voz para hacerse notar, y los silenciosos como él. Esta noche sus ojos se detuvieron en una chica que peleaba en el interior de su bolso por encontrar algún tesoro personal, saco una pitillera y de ella un cigarro. Se quedó mirando a su alrededor. Estaba sola. Si salía a la calle a fumar le quitarían su estratégica mesa para divisar aquel enjambre. Él, comprendió la situación, y se acercó y simplemente dijo: te guardaré el sitio. Ella levantó su vista, guiñó una sonrisa y dijo Gracias. Al rato estaba de vuelta y el quiso volver a su lugar pero ella lo detuvo con un Por favor. Sonrieron. La noche se hizo corta, muy corta...y hubo cientos, miles de noches...

    Han pasado los años y Antonio aguarda el amanecer, con una cerveza negra fría, muy fría, aunque Asun ya no esté.


 

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